El investigador James Flynn publicó en 1984 un estudio en el que concluyó que el coeficiente intelectual (CI) de los humanos incrementó 3 puntos por década entre los años 1930 y 1980, a lo que se llamó “El Efecto Flynn” (EF). Un estudio posterior en Noruega descubrió un punto de inflexión, a lo que se llamó “Efecto Flynn Inverso” (EFI), y evidenció como entre 1980 y 2018, en los países desarrollados, el CI ya no subía sino que descendía.
En la actualidad, la llegada de la Inteligencia Artificial Generativa ocurre en un ecosistema cognitivo ya deteriorado y puede producir una gran brecha, es decir, que por una mala práctica, se acelere la reducción de nuestras capacidades cognitivas como la abstracción, la resolución de problemas complejos o la creatividad.
¿A qué me refiero cuando digo una “mala práctica” de GenAI? En nuestro proceso de toma de decisiones con GenAI podemos tomar dos opciones: (1) Un modelo de toma de decisiones centrado en la recomendación, es decir, que delego la decisión a la IA y luego reviso como ha llegado a la conclusión; (2) Un modelo de toma de decisiones orientado al proceso, es decir, que me apoyo en la IA para crear alternativas inexistentes o analizar datos e ir construyendo mi decisión con la IA como apoyo.
El modelo de toma de decisiones por recomendación disminuye nuestro análisis crítico, capacidad de abstracción y búsqueda de patrones, acelerando la reducción de nuestras capacidades cognitivas. Utilizar la IA bajo este modelo sería una mala práctica. Sin embargo, si utilizamos la IA durante el proceso de creación se produce una mayor conectividad cerebral, una retención de memoria superior y resultados de mayor calidad en tareas complejas.
Por tanto, y como conclusión, el debate no está en si utilizar o no la IA en tu día a día; la reflexión debe ser en cómo utilizarla de forma correcta para que te haga mejor, para que potencie tus habilidades. Y la forma de hacer es incluyéndola en tu proceso de creación, pero no como sustituto al mismo.